El triunfal órdago de Johnson reescribe el mapa electoral y refrenda su poder para redefinir el Brexit

La debacle laborista abre la transición interna y el éxito del nacionalismo escocés aumenta la presión independentista

LONDRES, 13

La indiscutible mayoría absoluta recabada por el Partido Conservador en las generales de ayer representa una profunda reestructuración del mapa electoral británico, en el que la derecha ha conseguido entrar en terrenos hasta ahora vetados, a costa del descalabro de un Partido Laborista vapuleado en sus bastiones tradicionales tras los peores resultados desde 1935.

El nacionalismo escocés completa el cuadro de la marcada reconfiguración arrojada por este 12 de diciembre, con un resurgir que exacerbará la presión por un segundo referéndum de independencia en Escocia.

Las elecciones del Brexit han redibujado las convenciones ideológicas de un país que evidencia el peso abrumador del plebiscito de 2016 en el imaginario colectivo. Este jueves, los votantes premiaron a quien les había ofrecido certidumbre en materia de salida, confirmando la eficacia del mensaje directo con el que el primer ministro, Boris Johnson, se había jugado el órdago para apuntalar su presencia en Downing Street.

Su «Materialicemos el Brexit» («Get Brexit Done», en su versión original) suponía una mera modernización del Recuperemos el Control («Get Back Control») que había decantado la consulta que determinó el fin del matrimonio de conveniencia mantenido por Reino Unido y la Unión Europea desde 1973.

Su efectividad no ha perdido vigencia tres años y medio después, frente al rechazo y la diseminación del apoyo obtenidos por las fuerzas que ofrecían ambigüedad, o reabrir el debate.

Mientras Johnson inaugura una nueva era en una política británica que no registraba mayorías contundentes desde la última victoria del laborista Tony Blair en 2005, la oposición ha quedado condenada a un doloroso proceso de búsqueda de identidad, tras la cuarta derrota consecutiva, segunda de su líder, Jeremy Corbyn, quien está obligado a asumir la responsabilidad sobre unos resultados que la formación intenta infructuosamente vincular al monopolio del Brexit durante la campaña.

LA DEBACLE DEL PARTIDO LABORISTA LIDERADO POR CORBYN

La debacle laborista se ha visto complementada con el decepcionante saldo de los liberal-demócratas, un partido que esperaba capitalizar el voto pro-UE con su controvertida promesa de revocar el Brexit y que ha acabado viendo cómo su líder, Jo Swinson, perdía su escaño en el Parlamento, víctima de la avalancha del Partido Nacionalista Escocés (SNP, en sus siglas en inglés), el otro gran vencedor este 12 de diciembre, en el que ha recabado la mayoría de los 59 asientos que disputaba en Westminster.

Si bien es cierto que laboristas y liberaldemócratas se han visto afectados por la división del apoyo del electorado partidario de la continuidad, Corbyn tendrá difícil mantener la línea argumental de que el divorcio, y no sus penosos índices de aprobación, o su forzada ambivalencia en materia de Brexit, ha sido el catalizador fundamental del colapso del jueves. Su marcha es inevitable, por lo que la transición será clave para evitar que la izquierda se resquebraje en una guerra civil por el control interno.

El ostracismo al que ha quedado condenada contrasta con el vuelco que Johnson ha logrado imbuir con una recuperación histórica que resarce a los conservadores de la humillación que supusieron los 13 años de reinado del Nuevo Laborismo. Su reacción inicial ante los resultados sugiere que el premier comprende las repercusiones de la reescritura de los lindes ideológicos y partidarios que han dejado las primeras generales celebradas en diciembre desde 1923.

NUEVO ELECTORADO

Su reconocimiento de que los tories tienen que reflejar a su nuevo electorado supone una admisión tácita de la obligación moral de promover políticas inclusivas que tengan en cuenta el respaldo de las clases trabajadoras que ayer ratificaron su presencia en la residencia oficial. El cacareado voto táctico, o el aparente recorte de las encuestas, colapsaron ante lo que el propio Johnson ha calificado como un «terremoto» que forzará a «cambiar» el Partido Conservador.

El primer ministro es consciente del peso del Brexit sobre un triunfo sin precedentes desde la victoria de Margaret Thatcher en 1987, pero en la oportunidad que el divorcio ha abierto se esconde, también, un riesgo, si la derecha no es capaz de ofrecer más al lucrativo segmento electoral que, por primera vez, ha apostado por la papelata conservadora.

Las generales ha supuesto un refrendo de la estrategia que había dictado su campaña, pero, para que el éxito perdure, la dinámica de la división y la concentración en un mero mensaje, el de la ruptura, no pueden constituir la respuesta cuando los electores demanden la materialización de la prosperidad prometida por Johnson, si le permitiesen consumar el Brexit y pasar así a priorizar la agenda doméstica.

REVISIÓN DE LA SALIDA

Lo incontestable de unos resultados que suponen prácticamente una coronación de Johnson le otorga poder absoluto para implementar los cambios que desee, empezando por una salida de la UE cuya vocación podría verse sustancialmente alterada. Libre de las ataduras de las diferentes facciones que cohabitan en las filas conservadoras, el premier se ha ganado en estos comicios la legitimidad para imponer su modelo de ruptura y está por ver si vence la línea dura vendida hasta ahora, o el pragmatismo que requerirá la nueva fase de la negociación con la UE.

No en vano, los réditos que su partido recoge esta jornada constituyen, ante todo, una reivindicación del órdago al que el primer ministro se había lanzado con un adelanto electoral que, de fallar, hubiese acabado no solo con su carrera política, sino probablemente con el proyecto que lo había llevado hasta Downing Street y cuya materialización subyacía tras el envite de las urnas.

La maniobra, sin embargo, ha resultado exitosa, y confirma la resistencia de la derecha, tras casi una década de gestión caracterizada por la austeridad. Los conservadores han demostrado capacidad de avance, en lugar de la inevitable erosión que, por defecto, provoca el desgaste en el poder y Johnson puede atribuirse gran parte de la autoría en lo que ha supuesto un golpe maestro.

Su triunfo se extiende a todas las casillas que estaban en juego, ya que no solo ha obtenido la hegemonía para materializar el Brexit, sino que inaugura una nueva era en la política británica. El divorcio, de hecho, ha cumplido con un cometido más específico que romper con el bloque: el que Johnson le había encomendado en febrero de 2016, cuando decidió apoyarlo como instrumento para alcanzar la ambición de toda una vida de mudarse al Número 10.

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