La hegemonía permite a Johnson reescribir las reglas del Brexit y evitar un daño auto-infligido a la economía
El premier había ya demostrado pragmatismo ante la UE, lo que permite descartar un no acuerdo a final de 2020
LONDRES, 13
Las generales de Reino Unido se habían jugado en clave de Brexit y la indisputable mayoría absoluta obtenida como resultado por un primer ministro, Boris Johnson, que había centrado su apelación electoral en la salida de la Unión Europea, tiene profundas consecuencias para un divorcio que, aunque se hará oficial el 31 de enero, afrontará en 2020 su fase decisiva, con la determinación de la futura relación entre dos poderes que desde 1973 caminaban de la mano.
Desafiando el mantra de campaña conservador, Materialicemos el Brexit ( Get Brexit Done , en su versión original), el proceso no concluye con la formalización del veredicto del referéndum de 2016, sino que se adentra en un incierto período en el que la nueva dinámica política en Reino Unido, donde un premier cuenta por primera vez con autonomía para decidir, y la tensión entre los intereses nacionales de los estados miembro tendrán que hallar un punto de encuentro para evitar una ruptura sin acuerdo al final de la transición, en principio, al término del próximo año.
El triunfo del envite electoral de Johnson convierte la aprobación de la Ley de Retirada de la UE en un mero trámite, por lo que la atención del Gobierno está centrada ya en el siguiente desafío. Para ello, el próximo viernes prevé convocar en la Cámara de los Comunes la primera votación de la normativa, con el objetivo de acelerar la tramitación de la misma, frente a la demanda de más tiempo que le había impuesto el Parlamento anterior.
La robusta hegemonía en Westminster otorga al primer ministro el control del calendario, por lo que, una vez despachado el procedimiento al norte del Canal de la Mancha, tan solo restará la aprobación de la Eurocámara y los demás flecos burocráticos en el continente para asegurar la salida cuando estaba prevista.
Los cambios, no obstante, serán meramente técnicos, puesto que, a todos los efectos, la transición que se abrirá el 31 de enero implica cumplir con las normas de la UE, incluyendo la libre circulación e, inevitablemente, las contribuciones financieras.
POSIBILIDAD DE AMPLIAR LA TRANSICIÓN
Este riesgo de vasallaje es, precisamente, la razón por la que los conservadores habían llevado a su programa electoral la promesa de no ampliar la etapa de implementación, si bien la flexibilidad que Johnson se ha llevado como premio por el arriesgado órdago electoral deja esencialmente descartado el peligro de una ruptura sin red a final de 2020.
Previsiblemente, el primer ministro reiterará durante meses que es posible cerrar el marco de la nueva relación en el plazo establecido, pero si algo caracteriza su aproximación a la práctica política es la obtención de réditos. El poder absoluto que disfruta en su partido hace innecesario embarcarse en maniobras temerarias que no acarrearían más que un daño auto-infligido para la posición de Reino Unido en el mapa estratégico global y, sobre todo, para una economía que ha dado muestras ya de incompatibilidad con el Brexit.
Las soflamas que habían marcado la campaña electoral formarán parte de la normalidad en los primeros lances del nuevo ejecutivo, que experimentará una mínima remodelación inicial, a la espera del cambio en profundidad previsto para después del 31 de enero. Pero cuando llegue la hora de concretar el futuro con la UE, el peso de una interrelación que implica el 50 por ciento de las ventas al exterior y la necesidad de minimizar el impacto económico primarán sobre la vocación meramente política.
ADAPTACIÓN DEL MENSAJE
Boris Johnson es un experto en adaptar el mensaje a las circunstancias y si bien durante un tiempo la dureza en materia de divorcio representaba la táctica más conveniente, cuando su objetivo fundamental como primer ministro sea la obtención de un provechoso acuerdo comercial con su principal socio de referencia, es de esperar que el dirigente pragmático reemplace al alentador de las masas.
Como resultado, si su instinto inicial era divergir del marco regulatorio comunitario, la comodidad que se ha ganado en el Número 10 podría alterar la percepción, puesto que ya no tiene nada que demostrar, ni familias conservadoras que complacer.
Su aplastante victoria lo ha liberado de la deuda con los eurófobos que habían provocado, con su inestimable colaboración, la caída de su antecesora, Theresa May, y a diferencia de la ex primera ministra, Johnson no necesita a los unionistas norirlandeses, quienes se han unido a la lista de víctimas de los comicios de 2019 presidida por el Laborismo.
En este sentido, los resultados de este jueves no alteran la ecuación que Reino Unido tiene pendiente desde el arranque formal del divorcio: cuánto está dispuesto a separarse del armazón regulatorio de sus todavía socios, a cambio de restricciones de acceso a un mercado comunitario que, junto a Estados Unidos y China, forma parte del tríptico de los bloques comerciales dominantes en la actualidad.
REFORMULACIÓN DE PRIORIDADES
La tentación en un principio llevó a coquetear con los anhelos soberanistas, pero la realidad de unas elecciones en las que el apoyo de las clases trabajadoras del norte y del interior de Inglaterra ha sido clave obliga a reformular preferencias. Los bastiones laboristas han abandonado en masa la tibieza de la izquierda con el Brexit y se han entregado a las siglas que les habían prometido materializarlo, lo que obliga a Johnson a tener en cuenta los intereses de un segmento electoral que necesita mantener.
No sería la primera vez: su significativa claudicación en octubre, cuando aceptó una frontera aduanera de facto en el mar de Irlanda, evidencia el alcance de la flexibilidad de Johnson. La condición que May consideraba «inaceptable» para cualquier primer ministro británico se convirtió, de repente, en digerible para su sucesor, por lo que es de esperar que la tendencia continúe cuando cuenta con un poder absoluto que ningún mandatario tory había ostentado desde Margaret Thatcher.
Por si fuera poco, en 2020, más que nunca, las conversaciones pasarán a ser una cuestión de dos, ya que, por primera vez desde el 23 de junio de 2016, los intereses nacionales de los estados miembro pasarán a jugar un papel fundamental. Si hasta ahora Reino Unido había negociado consigo mismo, en adelante tendrá que hacerlo con la Comisión Europea y, crucialmente, con 27 capitales que buscarán sus propios réditos.