La amenaza yihadista en el Sahel sigue expandiéndose pese a los esfuerzos para frenarla
Los expertos apuestan por revisar el enfoque militar e insisten en que hay que buscar también el desarrollo de la región
La amenaza yihadista en el Sahel, con la zona fronteriza entre Malí, Burkina Faso y Níger como principal foco, sigue expandiéndose, tanto en el número de combatientes como en las zonas en las que estos están presentes pese a los esfuerzos que tanto las fuerzas nacionales como las internacionales, entre las que figuran las españolas, han venido realizando en los últimos años.
«La tendencia a nivel regional es muy desfavorable, pues el número de atentados y ataques terroristas es cada vez mayor», señala el Departamento de Seguridad Nacional en un artículo publicado esta misma semana, subrayando que los niveles récord de violencia yihadista registrados en 2020 parecen mantenerse en el arranque de 2021.
Una tesis que viene a confirmar el Observatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo (OIET), que en los primeros cuatro meses ha constatado un nivel similar de ataques a los de meses anteriores, aunque algo inferior. En su informe de abril, resalta que Malí y Burkina Faso han registrado una cifra récord de atentados terroristas hasta la fecha, con 26 y 22, respectivamente.
El grupo más activo en la región del Sahel occidental, explicó Marta Summers, experta de OIET, en un webinar sobre la región organizado esta semana por Casa África, es el Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (JNIM), la franquicia de Al Qaeda en la zona, si bien el más mortífero es Estado Islámico en el Gran Sáhara (ISGS).
Estos grupos se están expandiendo «en número de yihadistas pero también geográficamente», destacó por su parte el coronel Jesús Díaz-Alcalde, incidiendo en que aunque su aparición se remonta a finales de los años 1990 fue a partir de 2012 cuando comenzó su expansión, empezando desde el norte de Malí.
AVANCE GEOGRÁFICO
De este país, los terroristas han dado el salto a Burkina Faso y el oeste de Níger y ahora amenazan con seguir avanzando hacia el sur, hacia los países bañados por el golfo de Guinea. Durante 2020, según Summers, grupos de JNIM han llegado a la frontera de Burkina Faso con Costa de Marfil y Ghana y este año ya se han producido ataques en suelo marfileño, así como en Benín. Además, también se ha constatado presencia en una provincia maliense limítrofe con Senegal, donde las autoridades ya han desmantelado una célula este año.
A esto se suma el avance desde el otro gran foco yihadista regional, la cuenca del lago Chad, de Boko Haram y su escisión, Estado Islámico en África Occidental (ISWA), hacia el oeste de Nigeria, donde su presencia es cada vez mayor, lo que hace temer que se pueda crear un «corredor» entre ambos teatros de operaciones, previnieron tanto Summers como Díez-Alcalde.
La expansión territorial podría explicarse, según expuso el general Fernando Gracia Herráiz, actualmente al frente de la misión de entrenamiento europea en Malí (EUTM-Malí), por la presión de la que han sido objeto los terroristas en este país desde el año 2012, tanto por las fuerzas malienses como por parte de las fuerzas francesas primero con Serval y luego con Barkhane además de la Misión de la ONU (MINUSMA).
Por ello, defendió la necesidad de seguir apoyando militarmente a Malí aunque reconoce que hace falta un «esfuerzo conjunto» para abordar también el problema en Burkina Faso y Níger. No obstante, dejó claro la complejidad del desafío, empezando por la dimensión geográfica –«Malí es como Francia y España juntos»–.
En Malí, resaltó, el problema de la seguridad no tiene que ver solo con el terrorismo, sino también con el crimen organizado y los choques de carácter étnico así como las tensiones políticas en el norte con los tuareg.
NO HAY UN ÚNICO ENEMIGO
Así pues, sostuvo el general español, aquí no ocurre como con Estado Islámico en Irak y Siria, donde había «un único enemigo al que se atacaba y eliminaba», sino que hay «un entramado de situaciones complejas que implican a muchos actores locales e internacionales».
La expansión creciente de la amenaza, que además ha provocado una grave crisis humanitaria con más de un millón de desplazados solo en Burkina Faso, ha generado dudas y cuestionamientos sobre si se está haciendo lo correcto.
En este sentido, para Pilar Rangel, profesora asociada de la Universidad de Málaga y experta en el Sahel, la «poligamia institucional» que hay en la región, donde a las fuerzas nacionales se suman las del G5 Sahel que componen los tres citados países más Mauritania y Chad, las de MINUSMA, las de la operación Barkhane y más recientemente las de Takuba , no solo no ha «conseguido frenar el terrorismo sino que este ha aumentado y se ha extendido a otras zonas y países».
En su opinión, estas fuerzas no están siendo «eficaces» principalmente por la falta de coordinación entre ellas. Además, advirtió del riesgo de que el Sahel «se convierta en nuestro Afganistán», en lo que se ha dado en llamar «Sahelistán». Según Rangel, las tropas extranjeras deben tener una fecha de salida porque sino la población local termina por sentir que son «fuerzas de ocupación».
HAY QUE CONTAR CON LA POBLACIÓN
Y en un contexto como el del Sahel, la percepción que tiene la población local cuenta. Según Mohamed El Moctar Ag Mohamadoun, miembro de la Comisión de la Verdad, la Justicia y la Reconciliación (CVJR) de Malí, la forma en la que actúan las fuerzas de seguridad y los gobiernos «empujan a los civiles en muchas comunidades a radicalizarse y a apoyar a los yihadistas».
Los grupos de defensa de los Derechos Humanos han denunciado con frecuencia abusos por parte de las fuerzas de seguridad de estos países, incluidas ejecuciones arbitrarias de personas que se consideraba vinculadas a los terroristas, en general miembros de la comunidad peul.
Otro factor que complica el puzzle es el uso de grupos de autodefensa y de milicias de carácter étnico frente a los yihadistas, principalmente en Malí y Burkina Faso, previno este experto, ya que «genera círculos viciosos» con actos de represalia entre unos y otros.
Por ello, sostuvo que es necesario revisar el enfoque militar para tener en cuenta más el bienestar de la población y con vistas a ganar su confianza. Las fuerzas internacionales solo tendrán éxito si consiguen ganarse la «complicidad de las comunidades locales», advirtió.
En línea muy similar se pronunció Niagale Bagayoko, presidenta de la Red Africana del Sector de la Seguridad (ASSN). En su opinión, la eficacia de las intervenciones militares debería medirse no por los terroristas neutralizados o el material incautado sino por los desplazados que han podido regresar a sus casas, las escuelas reabiertas o los campos en los que se puede volver a cultivar.
INVERTIR EN EL DESARROLLO
Tanto el general Gracia como el coronel Díez-Alcalde, así como la embajadora de España en Níger, Nuria Reigosa, incidieron en que aunque la respuesta militar es necesaria tiene que ir acompañada por la promoción del desarrollo y la gobernanza en estos países.
«A mayor nivel de seguridad habrá mejor gobernanza y con ello tendremos más desarrollo. Y a más desarrollo habrá más seguridad», resumió el comandante de la EUTM Malí.
Para Díez-Alcalde, dado que el yihadismo en esta región «no surgió de la nada» sino que se enmarca en un contexto de gran «frustración social» principalmente por la falta de expectativas para los jóvenes la apuesta por el desarrollo no debe ser solo construir escuelas e infraestructuras, sino brindar salidas laborales y expectativas de vida.
Así las cosas, tanto el general Gracia como la embajadora en Níger dejaron claro el compromiso de España con el Sahel, tanto desde el punto de vista militar –el contingente español es el mayor de EUTM Malí, con 521 de los 988 efectivos– como del desarrollo, a través de la Coalición Sahel y en la Alianza Sahel.