El hambre alcanza niveles extremos en la «crisis invisible» de Madagascar
Comer langostas o alimento para ganado, medidas desesperadas para sobrevivir ante la prolongada sequía
La zona sur de Madagascar atraviesa la peor sequía en cuatro décadas. Más de un millón de personas sufren graves carencias alimentarias, obligadas en algunos casos a medidas de supervivencia como comer langostas o alimento para ganado con el único objeto de subsistir en un contexto que el Programa Mundial de Alimentos (PMA) ha denominado «la crisis invisible».
La falta de lluvias que arrastra la zona meridional de Madagascar desde hace cinco años ha venido a sumarse a la erosión del suelo derivada de la deforestación y a las tormentas de arena que han hecho impracticables grandes zonas agrícolas, para desesperación de quienes dependen básicamente del sector primario o aspiran a ser autosuficientes.
Los expertos vaticinan que la temporada de productos básicos como el arroz, el maíz, la yuca y las legumbres dejará este año cosechas que no llegarán ni a la mitad de la media del último lustro, lo que anticipa un escenario aún peor de cara a la fase que tradicionalmente es ya de escasez y que comenzará en octubre.
El PMA advierte de que la población local ya agotó todos sus suministros a finales del año pasado, lo que ha provocado que 1,14 millones de personas padezcan inseguridad alimentaria grave. Por primera vez desde que se introdujo en 2016 la actual metodología para medir en hambre, se ha llegado al nivel de «catástrofe», equiparable a la hambruna, en el que ya están 14.000 malgaches que podrían ser 28.000 en octubre.
La desnutrición aguda en niños menores de cinco años prácticamente se ha duplicado en los últimos cuatro meses y alcanza ya un «alarmante» 16,5 por ciento. En algunos distritos, como el de Ambovombe, la proporción se dispara al 27 por ciento, lo que para el PMA evidencia que la crisis alimentaria amenaza de forma clara la supervivencia de miles de niños.
MEDIDAS DESESPERADAS
Miles de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares ante la práctica desaparición de la posibilidad de comer y, en puntos donde la ayuda humanitaria no llega, recurren a medidas desesperadas como comer cualquier tipo de comida salvaje con tal de sobrevivir.
Ingerir langostas, plantas reservadas habitualmente para alimentar el ganado o una mezcla de tamarindo y barro han sido para algunas de estas personas la única alternativa a acostarse sin nada en el estómago, según el PMA, que también ha confirmado que una gran parte de la población ni siquiera tiene ya utensilios de cocina, vendidos a cambio de comida.
El director ejecutivo del PMA, David Beasley, ha sido testigo directo de la situación del sur de Madagascar, donde ha podido constatar cómo hay personas que caminan durante horas para llegar a alguno de los puntos de distribución de comida instalados por la agencia. «Y esos son los que están lo suficientemente sanos como para hacerlo», advierte en un comunicado.
Beasley ha subrayado que ya hay «personas muriendo de hambre» y ha recordado que no se trata de una crisis fruto de la guerra o el conflicto, sino del cambio climático. En este sentido, ha lamentado que una parte del mundo que no ha hecho «nada» para contribuir al deterioro del planeta «está pagando ahora» el precio de los excesos de otros.
«No podemos dar la espalda a personas que viven aquí, con una sequía que amenaza la vida de miles de inocentes. Es momento de levantarnos, actuar y seguir apoyando al Gobierno malgache para que aguante la ola del cambio climático y salve vidas», ha reclamado.
La organización necesita 78,6 millones de dólares (65,3 millones de euros) para proporcionar un mínimo de comida a 674.000 personas durante la próxima estación de escasez. El PMA ya ha ayudado a 750.000 entre octubre de 2020 y mayo de 2020, bien mediante distribución de alimentos o con ayuda en efectivo.