El hacinamiento en las prisiones aumenta el riesgo de infección por COVID-19 de los reclusos, según estudio
El hacinamiento en las prisiones aumenta drásticamente el riesgo de infecciones por COVID-19 entre los reclusos, según un nuevo estudio realizado por investigadores del Hospital General de Massachusetts (Estados Unidos). Los autores del estudio, publicado en la revista JAMA Internal Medicine , sostienen que son necesarios medidas para proteger a la vulnerable población encarcelada.
Estudios anteriores descubrieron que la incidencia de la infección por COVID-19 es significativamente mayor en las prisiones que en la población general, pero se desconocía hasta qué punto el hacinamiento contribuía al problema.
El autor principal del estudio, el médico de enfermedades infecciosas Amir Mohareb, y sus colegas analizaron un cúmulo de datos en Massachusetts que les permitió examinar más de cerca lo que está impulsando la alta incidencia de COVID-19 en las prisiones.
Uno de los elementos de los que carecían los datos era la información detallada sobre cada uno de los reclusos que enfermaron, lo que habría permitido a Mohareb y a su equipo estudiar las características de quiénes contrajeron la COVID-19 y quiénes no.
Sin embargo, disponían de otros datos fundamentales, como los informes semanales sobre el número de pruebas positivas de COVID-19 en 14 prisiones del estado de Massachusetts, la población de cada prisión y el número de reclusos que el centro estaba diseñado para albergar (lo que se conoce como capacidad de diseño).
«Así que nos preguntamos: ¿Cuáles son las características de estas instalaciones que podrían dar lugar a una mayor transmisión de COVID-19?», apunta Mohareb. Su análisis reveló que el hacinamiento en los centros varió enormemente durante el periodo de observación, y que la población de algunos de ellos descendía hasta el 25 por ciento de su capacidad de diseño, mientras que otros estaban extremadamente abarrotados, alcanzando hasta el 155 por ciento de su capacidad de diseño.
Mohareb y sus colegas descubrieron que, a medida que los centros se llenaban más, aumentaba la amenaza para los reclusos: cada aumento de 10 puntos porcentuales en la población de una prisión en relación con la capacidad de diseño del centro aumentaba el riesgo de infectarse con COVID-19 en un 14 por ciento.
Como señala Mohareb, esto significa que no es necesario que un centro supere su capacidad de diseño para que aumente el peligro para los reclusos, ya que una prisión que funcione al 80 por ciento de su capacidad es más arriesgada que una al 70 por ciento. «Tal vez debamos establecer umbrales más estrictos para determinar el grado de hacinamiento de un centro», afirma.
Para estudiar el efecto del hacinamiento de otra manera, el equipo de Mohareb calculó el porcentaje de reclusos de cada prisión que estaban alojados en celdas individuales durante cada semana del periodo de observación. Descubrieron que cada aumento de 10 puntos porcentuales en la proporción de reclusos que vivían en celdas individuales reducía el riesgo de infección por COVID-19 en esa prisión en un 18 por ciento.
Al igual que otros estudios, esta investigación descubrió que los reclusos de las prisiones tienen un riesgo significativamente mayor (más de seis veces) de infectarse con COVID-19 en comparación con la población en general.
Mohareb y sus colegas demostraron que las tasas de infección en las prisiones tendían a reflejar las de sus comunidades circundantes. «Encontramos una relación muy estrecha», destaca Mohareb. Cuando el número de casos de COVID-19 era bajo en Massachusetts durante el verano de 2020, también tendía a ser bajo en las prisiones. Y cuando las cifras se dispararon en muchas comunidades a finales del año pasado, también se dispararon en las prisiones locales.
«Las prisiones están estrechamente vinculadas a sus comunidades circundantes», dice Mohareb, esgrimiendo que es esencial una mayor atención al control de la infección (a través de la vacunación y las pruebas rutinarias) entre los guardias, el personal de apoyo, los vendedores y otras personas que entran y salen de estas instalaciones.
Aunque la vacuna se puso a disposición de los reclusos en las prisiones del estado de Massachusetts a principios de este año, es opcional; es más, una parte significativa de los trabajadores de las prisiones siguen sin estar vacunados.
Mohareb y sus coautores sostienen que la administración debería considerar seriamente la posibilidad de no encarcelar a los presos que se consideran de bajo riesgo de reincidencia, como forma de reducir el riesgo de COVID-19 en las prisiones.
«La opinión casi universal de los expertos en salud pública, enfermedades infecciosas y epidemiología fue, desde el comienzo de la pandemia, que las prisiones iban a ser lugares de inmenso sufrimiento a menos que los reclusos fueran liberados de manera coordinada. Y eso realmente no ocurrió», remacha Mohareb.