El desafío de Jeremy Corbyn a las expectivas
Los sondeos no son favorables al líder laborista, pero su trayectoria revela su capacidad de desafiar convenciones
LONDRES, 11
Jeremy Corbyn (1949) desafía este jueves no solo a la historia, sino a las expectativas de un Partido Laborista que se ha resignado a que un veterano que durante décadas había ejercicio como el verso libre de la izquierda británica vuelva a intentarlo como candidato en los comicios que decidirán ya no solo quién pilota el Brexit, sino incluso si Reino Unido reconsidera su salida de la Unión Europea.
Como en 2017, el líder laborista ha vuelto a demostrar que su terreno natural es la campaña activa. Tras meses complicados de disensión interna, deserciones y una crisis de anti-semitismo que ha generado un severo escarnio en la calle, el diputado más rebelde de Westminster durante décadas, el mismo que había desafiado las órdenes internas en más de 500 ocasiones, se encuentra en la irónica tesitura de tener que imponer disciplina en sus filas.
Voz de la conciencia crítica en los trece años que el Laborismo ostentó el poder, en los cuatro años que lleva al frente ha experimentado una profunda progresión, ganando confianza, pero también aumentando un saldo de contradicciones que sus rivales consideran un flanco fácil.
Las encuestas consideran que se encamina a la cuarta derrota consecutiva para el Laborismo, la segunda para él, un desenlace que, de tener lugar, podría abrir la transición en una formación en el exilio institucional desde hace casi una década. Aunque si algo que Corbyn ha demostrado es su capacidad de sorprender, en esta ocasión el reto es tal que su llegada a Downing Street no tendría precedentes en la historia británica.
Con todo, la suya es una trayectoria que siempre ha desafiado expectativas y convenciones. Si ni su propio partido, ni la prensa, lo toman siempre en serio, Corbyn demuestra una coherencia inexpugnable y en campaña asombra su capacidad de generar ilusión, incluso en un contexto en el que ha hallado especialmente difícil justificar su neutralidad en materia de Brexit: de lograr el poder, insiste en que no tomaría partido en el referéndum que ha prometido convocar.
PASADO FAMILIAR
Hijo de pacifistas que se conocieron en una manifestación de apoyo al bando republicano español durante la Guerra Civil, su marcado sentido de filiación política se forjó en el seno de una familia profundamente ideológica. Su hermano fue un conocido líder del movimiento okupa en Londres en los 60, si bien ambos discrepan en materia de cambio climático, ya que Piers Corbyn, de profesión meteorólogo, rechaza que sea producto de la intervención del hombre.
Sus profundas convicciones lo convirtieron durante años en un forastero en su propia formación. De hecho, cuando en 2015 decidió concurrir a la carrera por relevar a Ed Miliband, lo hizo con el mero propósito de introducir en el debate un perfil anti-austeridad.
Sus opciones eran residuales, pero algo en su discurso de regreso a las raíces socialistas tocó fibra no solo entre las bases, sino entre miles de desencantados con la política, que decidieron unirse al Laborismo para votar por un veterano conocido por su frugalidad, vegetariano, hincha del Arsenal y próximo a causas controvertidas, como el apoyo a los presos del IRA.
El cambio de normas para dar más peso a la militancia, introducido por su antecesor, hizo el resto y Corbyn se convirtió en el jefe de la oposición con menor apoyo entre sus diputados en tiempos modernos. Muchos no le perdonaban su negación de los méritos del Nuevo Laborismo, el movimiento que puso al partido en el poder por primera y única vez desde los 70, pero el líder estaba convencido de haber recibido un claro mandato para imponer una agenda alejada del ideario de Tony Blair.
Su estilo como jefe de la oposición, ajeno a la retórica combativa que dominaba en los últimos años a una cada vez más crispada política británica, incrementó las suspicacias de su capacitación para un cargo que, al norte del Canal de la Mancha, tiene rango institucional. Errores estratégicos evitables y, una vez más, su tibieza ante el debate del Brexit llegó incluso a agotar la paciencia de su grupo parlamentario, que en el verano de 2016 intentó un magnicidio frustrado.
REFUERZO DEL LIDERAZGO
La batalla por su supervivencia se saldó con una victoria aún más arrolladora que la primera, con el apoyo de seis de cada diez militantes, lo que reforzó su legitimidad para reivindicar su regreso a las esencias socialistas, su defensa de la equidad social y un predicamento anti-élites que lleva el sello distintivo de quien ha ejercido durante más de 30 años como verso libre de la política británica.
Es más, la derrota electoral de 2017, paradójicamente, reforzó su liderazgo, ya que recuperó votos que se habían perdido en los dos comicios anteriores y asentó la idea de que, si la campaña hubiese durado dos semanas más, el resultado podría haber sido diferente. En la actual, es cierto que su mensaje se refuerza cada día y que la obsesión de su contrincante con el Brexit ha generado hastío, pero ni la percepción de quienes aspiran a escaño, ni los sondeos, anticipan un vuelco.
Casado en tres ocasiones, si algo no se le puede criticar es su falta de coherencia, tanto en la política como en lo personal: se dice que su segundo divorcio fue por la insistencia de su entonces mujer por mandar a su hijo a un centro privado y su programa para el 8 de junio está directamente inspirado en su ADN ideológico, con planteamientos que Blair había relegado al cajón de la memoria por considerarlos material electoral inflamable.
Aunque costosas, sus promesas electorales incluyen una apuesta de esperanza hacia una sociedad más igualitaria y, frente a la humillación anticipada, su campaña ha dinamizado una batalla por el Número 10 que se daba por zanjada. Según él, esta evolución prueba su capacidad de desafiar pronósticos, una suerte que confía se repita este jueves, cuando espera que su propuesta pruebe tener en el electorado británico el mismo tirón que entre su legión de seguidores.