El año en que Estado Islámico perdió a su califa y su califato

El grupo terrorista sigue siendo una amenaza con fuerte presencia en particular en África

Casi cinco años después de que Abú Bakr al Baghdadi proclamara el califato desde el púlpito desde la Gran Mezquita de Al Nuri en Mosul, Estado Islámico perdía su último reducto del vasto territorio que llegó a controlar en Irak y Siria en marzo y apenas siete meses después también a su califa.

Sin embargo, el grupo terrorista, que ha marcado ya un antes y un después en el yihadismo global, hacía ya tiempo que se venía preparando para la pérdida de su califato y, por lo que parece con la rapidez con la que eligió al sucesor de Al Baghdadi, también para la desaparición de su líder.

El 23 de marzo, las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), una alianza encabezada por las milicias kurdas sirias, conseguían arrebatar a Estado Islámico su reducto de Baghuz, en el este de Siria, con el apoyo de Estados Unidos y la coalición internacional.

La victoria militar fue más simbólica que real, puesto que el enemigo no había sido derrotado y Estado Islámico había venido adaptando su estrategia y sus acciones de forma gradual a la pérdida del territorio bajo su control. Así, en Irak, había intensificado sus ataques puntuales, adoptando el modus operandi de las guerrillas, y en los últimos meses ha hecho lo propio también en Siria.

No obstante, la seña de identidad del grupo terrorista han sido sus numerosas provincias en todo el mundo, las cuales han ido asumiendo sistemáticamente un papel más protagonista ante el acoso a que era sometido el núcleo central. Así, para demostrar que Estado Islámico no estaba muerto, apenas un mes después de la pérdida de Baghuz el grupo llevó a cabo un terrible golpe en Sri Lanka.

ATENTADOS DE SRI LANKA

El Domingo de Pascua un comando de terroristas suicidas atacaba de forma simultánea tres iglesias y tres hoteles de lujo en Colombo y sus alrededores, cobrándose las vidas de casi 260 personas, entre ellas medio centenar de extranjeros. Los autores de los ataques fueron identificados por las autoridades de Sri Lanka como miembros de la Organización para el Monoteísmo Nacional (National Thawheed Jammath), pero el ataque fue reivindicado por Estado Islámico vía Amaq, su agencia de noticias.

Días después, en un claro ejemplo del dominio de la propaganda por parte de Estado Islámico, Al Baghdadi, al que solo se había visto en un vídeo durante la proclamación del califato en junio de 2014, reaparecía en otra grabación en la que reconocía la pérdida de Baghuz y aseguraba que ahora estaban inmersos «en una batalla de desgaste con el enemigo».

El vídeo, en el que Al Baghdadi elogiaba las acciones de las distintas provincias , en particular las afincadas en África, y animaba a cometer más ataques, iba acompañado por una grabación sonora en la que celebraba los atentados de Sri Lanka en «venganza» por lo ocurrido en Baghuz.

A partir de ese momento y como ya había sido habitual, no volvería a tenerse noticias sobre Al Baghdadi ni su paradero hasta el 27 de octubre cuando un satisfecho Donald Trump anunció al mundo su muerte. «Abú Bakr al Baghdadi está muerto. Era un hombre enfermo y depravado, que murió como un cobarde, a la fuga y entre sollozos», señaló.

El líder de Estado Islámico, que había asumido las riendas del grupo que en su origen fue Al Qaeda en Irak en 2010, murió tras accionar el chaleco con explosivos que llevaba al verse acorralado por uno de los perros que participó en la operación de las fuerzas especiales estadounidenses en Idlib, en el norte de Siria. Junto a él, murieron dos de sus hijos, a los que se había llevado en su intento de huída durante el asalto.

Su presencia en el norte de Siria, a donde habría llegado desde Irak, sorprendió a propios y extraños, habida cuenta de que Idlib es el último bastión en Siria en manos de los rebeldes y está controlado principalmente por Hayat Tahrir al Sham, una alianza yihadista que encabeza el antiguo Frente al Nusra, otrora filial de Al Qaeda en Siria y enemiga declarada de Estado Islámico, con cuyos integrantes se han enfrentado en el pasado.

A la muerte de Al Baghdadi siguió tan solo un día después la de otra de las figuras claves del grupo, Abú al Hasán al Muhayir, portavoz de Estado Islámico, en una operación de las FDS en Jarablus, en el norte de Siria.

NUEVO CALIFA

Pero el vacío de poder duró poco. El 31 de octubre, por boca de su nuevo portavoz, Abú Hamza al Qurashi, Estado Islámico anunciaba al mundo el nombre de su nuevo califa: Abú Ibrahim al Hashimi al Qurashi. Nada se sabe por el momento de su identidad, más allá de las pocas pistas que ofrece su nombre, que le sitúa como descendiente del profeta Mahoma –por la referencia a la tribu Qurashi–, y de que sería un erudito religioso y un «experimentado comandante», lo cual le avalaría para ocupar el cargo de califa.

El hecho de que no se conozca la identidad real del nuevo líder de Estado Islámico, ni tampoco su imagen, ha generado críticas por parte de algunos eruditos, que sostienen que es un «don nadie» al que han elegido personas que tampoco son conocidas y que además encabeza un «estado imaginario», ya que el grupo no tiene control territorial, según explica Cole Bunzel, experto en yihadismo, en un artículo publicado en el portal Jihadica.com.

No obstante, esto no parece haber restado legitimidad al nuevo califa a ojos de sus seguidores habida cuenta que tras conocerse su nombre se ha producido una cascada de juramentos de lealtad o baya hacia él por parte de filiales y grupos en todo el mundo.

Además, algunas de sus provincias, especialmente Estado Islámico en el Gran Sáhara (ISGS), que opera en el Sahel, y Estado Islámico en África Occidental (ISWA), activo en la cuenca del lago Chad y en especial en Nigeria, han intensificado sus acciones en la recta final del año, dejando decenas de muertos.

Por otra parte, el grupo terrorista ha reivindicado el primer ataque en suelo europeo en mucho tiempo, el ocurrido en Londres el 29 de noviembre. Usman Khan, un excondenado por terrorismo de 28 años, mató a dos personas e hirió a otras tres en el Puente de Londres. Según Amaq, era uno de sus «muyahidines», si bien, como en otras ocasiones, no está claro que actuara por órdenes del mando central del grupo.

Así las cosas, los expertos coinciden en advertir de que Estado Islámico sigue siendo una amenaza y que, igual que ya pudo emerger de las cenizas en el pasado tras la muerte de su fundador Abú Musab al Zarqaui, también lo puede hacer en esta ocasión.

En este sentido, apuntan a que tanto en Irak como en Siria, las condiciones subyacentes que permitieron su auge siguen sin resolverse. El primer país está inmerso en una grave crisis política con multitudinarias protestas que piden un cambio en el sistema político, mientras que en el segundo la guerra aún no ha llegado a su fin.

Según el Centro Nacional Antiterrorista estadounidense, actualmente contaría con unos 14.000 combatientes en estos dos países. Además, según un reciente artículo del Center for Strategic and International Studies (CSIS), dispondría de unos recursos financieros de entre 50 y 300 millones de dólares.

Por otra parte, la organización yihadista –en constante pugna con Al Qaeda por el predominio mundial– parece haber trasladado en los últimos tiempos su foco de actuación a África, como lo demuestran los recientes ataques en Malí, Burkina Faso o Níger, así como la creación de una provincia de nuevo cuño, Estado Islámico en África Central (ISCA), operativa en República Democrática del Congo y Mozambique.

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