Desarrollan bioplásticos de piel de tomate para sustituir los materiales menos saludables del interior de las latas
Investigadores del Instituto de Hortifruticultura Subtropical y Mediterránea de Málaga, el Instituto de Ciencias Materiales de Sevilla y el Instituto Italiano de Tecnología han desarrollado un bioplástico obtenido a partir de residuos de la piel del tomate para recubrir el interior de productos no perecederos, como las latas de bebidas y de conservas, con el objetivo de hacerlos menos dañinos para la salud.
En concreto, según detallan en la revista Carbohydrate polymers , han optimizado el proceso químico que permite que los componentes de la piel del tomate se adhieran mejor a la celulosa, comparándolo con el uso de pequeños trozos de latón lacado, el mismo componente que se encuentra dentro de estos recipientes.
Hasta ahora, la mayoría de los envases fabricados en su exterior de aluminio contienen por dentro una capa aislante formada principalmente por compuestos químicos para proteger el producto del contacto con el exterior. Sin embargo, la Agencia Europea de Sustancias y Mezclas Químicas plantea la retirada de muchos de estos componentes por su impacto para la salud.
Frente a ello, el bioplástico con piel de tomate ha demostrado su viabilidad como materia prima en la producción del recubrimiento interior de estos recipientes, así como para otras aplicaciones relacionadas con el sector de la cosmética.
Para ello, sintetizaron las propiedades físicas y químicas de esta material natural, cuyo compuesto principal es un poliéster denominado cutina, y que se encuentra en la cutícula vegetal de los frutos, los tallos y las plantas del tomate, es decir, en la epidermis o zona más externa.
El objetivo es fabricarlo en el laboratorio e igualar sus características naturales, entre las que destacan su permeabilidad del agua, así como la capacidad para retenerla e impedir la entrada y salida de gases. «Otra de las ventajas de esta poliéster natural y que hemos recreado idénticamente es su viscosidad y elasticidad, lo que permite su adaptación a la superficie», explica el investigador de la Universidad de Málaga Antonio Heredia, responsable de este estudio.
Además, este plástico sintético es inerte, es decir, no responde ante reacciones químicas, e inocuo. «A todo ello, habría que sumarle su condición biodegradable, un factor indispensable por su impacto medioambiental», apunta este experto.
UNA CUTINA SINTÉTICA 90% IDÉNTICA A LA NATURAL
Para recrear este bioplástico artificial, los científicos emplearon desechos de frutos de tomate. Una vez separada la piel del resto de tejidos orgánicos, aplicaron diversos tratamientos químicos que favoreciesen su descomposición y disolución. De esta forma, obtenían las sustancias químicas básicas que, posteriormente, colocaban en medios sólidos para disponer de una masa consistente del material ya seco.
Tras este proceso de obtención de la parte útil de estos restos orgánicos, los expertos procedieron a la formación de una capa compuesta por este material.
Para ello, introdujeron esta pasta en disolventes orgánicos (mezcla de alcohol, metanol y acetona) y tras una reacción de condensación a alta temperatura, por encima de los 120 grados, obtuvieron una deposición de una película ligera de color anaranjado.
«Las propiedades de esta cutina sintética tienen un parecido del 90% en comparación con la cutina natural, así como su tonalidad, entre naranja y marrón claro, casi idéntica a la original», detalla el autor de este trabajo.
Otra de las aplicaciones que los expertos plantean para este bioplástico sería su utilización como contenedor para el almacenaje de productos con ingredientes activos de alto interés.
«En el sector de la cosmética hay cremas y emulsiones que se venden en pequeñas cantidades dentro de frascos o tarros, generalmente de plásticos convencionales. Nuestra propuesta apunta hacia la posibilidad de introducir estos productos en recipientes fabricados a partir de este bioplástico, que además son buenos envolventes. De este modo, al ser un material biodegradable, una vez acabado el frasco, se podría desintegrar fácilmente», sugiere Heredia.