Un experto alerta de los 8 mitos más comunes sobre la pérdida de audición que retrasan la búsqueda de ayuda profesional
El responsable de audiología en Óptica & Audiología Universitaria, Francesc Horvath, alerta de que transcurren, de media, cinco años desde que una persona necesita una solución auditiva hasta que finalmente se la adapta, tiempo en que su salud ha empeorado, por lo que el experto ha querido desmitificar las ocho leyendas más recurrentes sobre la pérdida de audición que interfieren en la búsqueda de tratamiento.
En primer lugar, destaca que hay personas que han perdido audición pero, como aún escuchan, piensan que no es necesario revisarla o hacer uso de soluciones auditivas. «Ante la detección de una pérdida auditiva, por leve que sea, lo más recomendable es acudir a un profesional de la audición, ya que solo este es capaz de evaluar la pérdida y de detectar si es necesario el audífono», afirma el experto, y avisa de que «cuanto más tiempo se espere, más difícil será tratar la pérdida auditiva y mayores podrán ser las situaciones de aislamiento».
Por otro lado, Horvath alerta de la creencia de que la pérdida de audición, pese a ser molesta, no afecta a la calidad de vida y salud. «Nada más lejos de la realidad, la pérdida de audición repercute negativamente en la salud de las personas y en las relaciones con su entorno social, ya que las lleva a aislarse y dejar de comunicarse», advierte.
Otro mito es la creencia de que solamente las personas mayores pierden audición. En realidad, los problemas de audición no son exclusivos de la tercera edad, ya que pueden presentarse a cualquier edad, incluso en niños.
Asimismo, el especialista en salud auditiva lamenta el miedo de algunas personas a llevar audífonos al pensar que «todos se darán cuenta» y se parecerá más mayor. «En la actualidad existen soluciones que buscan cubrir las necesidades de todos los grupos de edad. Además, los dispositivos auditivos actuales ya no suponen un problema de estética, dado su diseño y comodidad», informa Horvath.
Otra creencia frecuente es la de que los audífonos no funcionan bien y son incómodos. «La tecnología actual ha evolucionado mucho, por lo que la calidad de sonido y las prestaciones que ofrecen los audífonos no tienen nada que ver con los de hace varios años», explica Horvath, que añade que los audífonos actuales se adaptan al día a día de cada persona, a su estilo de vida, a sus conversaciones. «Incluso se conectan por Bluetooth al teléfono o la televisión», apunta.
Otro error es pensar que, con el uso de audífonos, los oídos se vuelven dependientes y se hacen «vagos». Al respecto, Horvath manifiesta que «el cerebro es como un músculo, y una pérdida auditiva que no se trata a tiempo produce un cambio en el centro de audición del cerebro, lo que dificulta la comprensión del lenguaje en situaciones acústicas complejas». Por tanto, a su juicio, los audífonos deben adaptarse muy pronto, no solo para mejorar la audición, sino también para preservar las funciones del cerebro.
Así las cosas, Horvath también avisa de que es común creer que una persona que comienza a perder la audición no presenta síntomas. «Lo que sucede es que las personas se van adaptando gradualmente», explica, y puntualiza que, si se observa con atención es fácil darse cuenta de que estas personas a veces pierden el hilo de la conversación, parecen distraídas, suben el volumen de la televisión, y hasta pueden llegar a evitar conversaciones telefónicas y rechazar invitaciones a eventos sociales.
Por último, existe la tendencia a pensar que la audición solo se pierde al estar expuesto a ruidos muy fuertes. Pero no solo el exceso de ruido incide en la pérdida auditiva, ya que hay otros factores como la genética, los medicamentos, el tabaquismo, la mala alimentación y la diabetes son un ejemplo de condiciones que pueden llegar a destruir las células ciliadas en el oído interno. Cuando se dañan estas células, que son las que envían las señales auditivas al cerebro, solo se puede recurrir a la ayuda del audífono, ya que no existe un medicamento que las haga reproducirse de nuevo.