Frenar las salidas y evitar el estigma del repatriado: el combate contra la inmigración irregular en Gambia

Un proyecto de la OIM busca que los retornados cuenten sus experiencias reales a los jóvenes de África Occidental

BANJUL, 19 (de la enviada especial de EUROPA PRESS Carolina Jiménez)

Jacob Ndow era, según sus propias palabras, «el hombre más popular del centro de detención» en una ciudad de Libia cuyo nombre no recuerda. «Por la canción que cantaba. Los entretenía con ella porque había muchas preocupaciones». Eso fue en 2017 y ahora Jacob Ndow cuenta y canta su historia delante de un pequeño mural que incluye entre sus motivos un cayuco tachado, una forma de pedir a los jóvenes que no se lancen al mar para llegar a Europa.

Ndow, de 33 años, es voluntario del proyecto Migrants as Messengers , que la Organización Mundial de las Migraciones lleva a cabo en Gambia y en otros seis países de África Occidental para que los retornados -quieren llegar a 300 voluntarios en 2022– cuenten sus verdaderas experiencias a los que quieren salir.

El mural adorna la primera de una hilera de casetas de un mercado de artesanía a pocos metros del mercado de pescado y la playa de Bakau, donde desembarcan los cayucos de pesca y desde donde se han detectado algunas alertas de salidas de migrantes irregulares.

Jacob Ndow no trató de emigrar por mar, sino a través del desierto. En 2014 optó por la que pensó «la forma más fácil de llegar a Europa» y recorrió en autobús los 5.700 kilómetros que separan Banjul de Agadez, en Níger, y de ahí en camiones pick-up hasta Libia. En un blog cuenta que llegó a Trípoli y que allí pintaba para mantenerse hasta que regresó, repatriado en avión, en 2017.

«Qué equivocado estaba, fue la forma más difícil que pude encontrar, desde el día uno era un problema dónde comer, dónde dormir, y el dinero que se suponía que me llevaría a Europa no fue así», relata a los periodistas. Es más, asegura que en la ruta puede llegar a pagarse más que por un visado.

«Si un barco se hunde no te lo dicen, te dicen que ha llegado y todo el mundo lo celebra y piensa que él será el próximo. Si te dicen que un barco ha volcado no les darás tu dinero, así que te dicen que ha llegado y así te sientes más fuerte». Esta es la historia que Jacob Ndow les canta a sus compatriotas «porque a la gente le gusta la música, simpatizan con ella».

A su vuelta a Gambia, Jacob se encontró con unos familiares descontentos, aunque felices de que hubiera vuelto vivo y sano. «Me vi estigmatizado por la sociedad, porque cuando vuelves de esos viajes la sociedad te ve como un fracaso», señala en el blog.

«NOS LLEVA A LA RUINA Y VUELVE SIN NADA»

Ese estigma, en ocasiones, tiene motivos muy contundentes, según explica a los periodistas Malang Sambou, fundador del centro de formación Fandema. «Depende de como vuelvas. Si lo tienes difícil e insistes a tu familia en que te quieres ir, está obligada a vender lo que tiene, o a pedir préstamos. Si una familia de 20 depende de ti y terminan mal dirán nos lleva a la ruina y encima vuelve sin nada y eso es un sentimiento muy decepcionante».

Lo explica tras reunirse junto a responsables de ONG españolas en el país con la secretaria de Estado de Asuntos Exteriores, Cristina Gallach, que ha finalizado con ellas una visita a Gambia para reforzar la cooperación en materia de inmigración pero también de desarrollo.

Sambou viajó a Europa como turista, volvió a Senegal y después a España con su mujer, española. Estudió Cooperación al Desarrollo y energías renovables en Barcelona y, después de seis años allí regresó con su familia a Senegal en 2009. Su ONG capacita mujeres en oficios como las energías renovables o la electricidad -las «chicas chispa», dice– con financiación de distintos socios, entre ellos varias instituciones catalanas y la Comunidad de Madrid.

De Gambia también emigran mujeres, pero en su mayoría no por mar. Isatou Dansireh, también voluntaria de la OIM, tiene hoy 30 años. Se marchó en 2014, víctima de tráfico, a Kuwait, para trabajar en el servicio doméstico. «Sufrí mucho porque desde que llegué no tenía dinero para pagar», cuenta. Volvió en 2017 y quiere, además de hacer su vida, hacer algo por su país.

A unos cientos de metros de donde Isatou y Jacob cuentan su historia, en el mercado de pescado de Bakau se vende el producto que descargan en la playa los cayucos pintados de colores. Son las mismas barcas de madera que intentan cruzar hasta Canarias, pero en esos casos zarpan llenas de ocupantes demasiado abrigados para las suaves temperaturas de Banjul.

Al grupo de españoles se acerca Ibrahima, de 23 años, rodeado de una decena de jóvenes. Lleva en la mano un cuaderno rayado donde apunta los nombres de los cayucos que quieran participar en una carrera. Según dice, busca patrocinadores para organizar una serie de competiciones, de lucha en la playa, carrera de cayucos y natación, el próximo 23 de diciembre. «Quiero que los jóvenes sean felices, que no quieran marcharse de Gambia», asegura Ibrahima, que tiene un hermano que llegó a Italia desde Libia.

UN 15% DEL PIB PROCEDE DE REMESAS

Pero las raíces de la emigración son muchas. En Gambia, un país que es una estrecha lengua de tierra y río rodeada enteramente por el vecino Senegal, la emigración es una cultura. Más de un 15 por ciento del PIB del país procede de las remesas. En España están registrados 25.000 gambianos, pero se calcula que el total puede sumar 40.000.

A veces, la presión para emigrar procede de las propias familias y otras pesa lo que ellos llaman «la curiosidad». Así se lo ha dicho la vicepresidenta del país, Isatou Touray, a la responsable española, a la que ha pedido oportunidades para que jóvenes gambianos puedan viajar a España y volver.

«Tenemos que educarlos y crear oportunidades y decirles que esa (la emigración irregular) no es la respuesta pero la curiosidad va más allá de lo que pensamos», dijo a los periodistas españoles que acompañaban a Gallach. Malang Sambou, el fundador de Fandema, cree que un reto es la educación. «Aquí es nefasta», dice sin ambages; a él mismo le dijeron al llegar a España que sus títulos no valían.

Sambou también cuenta que antes de conseguir viajar a Europa por turismo pidió visados tres años seguidos y no se los dieron. «Gambia era pequeña para mí, quería hacer otra cosa porque era un nervio», cuenta. Él tenía dinero y «una opción era ir en patera». «Es como un reto que la gente se pone, piensan si me muero da igual, ya he hecho mi sueño «, prosigue, convencido de que harían falta buenos reportajes que expliquen a los jóvenes gambianos cómo viven los inmigrantes en Europa.

Los jóvenes gambianos, concluye, no tienen las mismas facilidades que uno europeo, «que puede hacer su maleta y venir aquí». «Muchísima gente iría y volvería, porque ya tiene su experiencia», dice convencido, como hizo él mismo.

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