Expertos internacionales estiman que se necesitan 26.000 millones anuales para evitar una nueva pandemia

Un grupo multidisciplinar de epidemiólogos, biólogos especializados en enfermedades de la fauna silvestre, profesionales de la conservación, ecologistas y economistas ha calculado que una inversión anual de 30.000 millones de dólares (25.834 millones de euros) se amortizaría rápidamente para evitar una nueva pandemia como la del COVID-19.

«En lo que va de siglo, han surgido en la población humana al menos otros cuatro patógenos virales. La inversión en prevención puede ser la mejor póliza de seguro para la salud humana y la economía mundial en el futuro», explica uno de los autores, Stuart Pimm, de la Universidad de Duke (Estados Unidos).

Según explican en un artículo de opinión en la revista Science , dos factores principales se perfilan como impulsores de los patógenos emergentes: la destrucción de los bosques tropicales y el comercio de vida silvestre. Cada uno de ellos ha contribuido a dos de las cuatro enfermedades emergentes que han aparecido en los últimos 50 años: COVID-19, Ébola, SARS, VIH.

Tanto la deforestación como el comercio de vida silvestre también causan daños generalizados al medio ambiente en múltiples frentes, por lo que hay diversos beneficios asociados a su reducción, según los investigadores. «El aumento de la vigilancia y el control de estas actividades permitiría detectar futuros virus emergentes en una etapa mucho más temprana, cuando el control podría evitar una mayor propagación», apuntan.

Todas las pruebas genéticas creíbles apuntan a que el COVID-19 surgió a partir de una especie de murciélago comercializado como alimento en China. Los investigadores instan a controlar mejor este tipo de mercado. «En particular, los científicos necesitan información vital sobre los patógenos virales que circulan en las posibles especies de alimentos y mascotas», explican, sugiriendo que se utilicen grupos regionales y nacionales de vigilancia del comercio de fauna silvestre, integrados con organizaciones internacionales para vigilar la salud de los animales.

«La vigilancia y la regulación de este comercio no sólo garantizará una mayor protección de las numerosas especies amenazadas por el comercio, sino que también creará una biblioteca de muestras genéticas ampliamente accesible que podrá utilizarse para identificar nuevos patógenos cuando surjan, dicen los autores. También generará una biblioteca genética de virus con dos funciones clave: identificar más rápidamente la fuente y la ubicación de los futuros patógenos emergentes y desarrollar las pruebas necesarias para vigilar futuros brotes. En última instancia, esta biblioteca contendrá la información necesaria para acelerar el desarrollo de futuras vacunas», argumentan.

Aunque se ha pedido que se cierren los mercados húmedos en los que se venden animales salvajes y domésticos para evitar futuros brotes de patógenos emergentes, los autores reconocen que muchas personas dependen de alimentos y medicinas de origen salvaje, y apuntan que es necesario mejorar la supervisión sanitaria de los mercados nacionales.

Así, creen que el riesgo de que surjan nuevos virus puede mitigarse si se capacita a más personas en la vigilancia, la detección temprana y el control de los patógenos en el comercio de fauna silvestre, y se trabaja con las comunidades locales para reducir al mínimo los riesgos de exposición y transmisión ulterior.

«En China, por ejemplo, hay muy pocos veterinarios de vida silvestre y la mayoría trabaja en zoológicos y clínicas de animales», detalla uno de los coautores, Binbin Li, profesor asistente de ciencias ambientales en la Universidad Duke Kunshan en Jiangsu (China). «Los veterinarios están en la primera línea de defensa contra los patógenos emergentes, y globalmente necesitamos desesperadamente más gente entrenada con estas habilidades», añade otro de los responsables del trabajo, Andrew Dobson, profesor de Ecología y Biología Evolutiva en la Universidad de Princeton (Estados Unidos).

La expansión y el desarrollo de mejores formas de supervisar y regular el comercio de vida silvestre podría hacerse por unos 500 millones de dólares (430 milloens de euros) al año, lo que los autores llaman «un costo trivial» en comparación con los costes actuales de COVID-19, especialmente considerando los beneficios adicionales como la reducción del consumo de vida silvestre y el mantenimiento de la biodiversidad.

La desaceleración de la deforestación tropical también frenaría la aparición de virus, además de reducir las aportaciones de carbono a la atmósfera procedentes de los incendios forestales y proteger la diversidad biológica de los bosques. Por otra parte, reduce los ingresos procedentes de la madera, el pastoreo y la agricultura.

Los autores llevan a cabo esta parte de su análisis de costos y beneficios desde dos perspectivas económicas complementarias: primero ignorando y luego incluyendo los beneficios del carbono almacenado como cobertura contra el cambio climático. No intentan dar valor a la pérdida de biodiversidad.

El coste anual de la prevención de futuros brotes es aproximadamente comparable al 1 a 2 por ciento del gasto militar anual de los 10 países más ricos del mundo. «Si consideramos la continua batalla contra los patógenos emergentes como COVID-19 como una guerra que todos tenemos que ganar, entonces la inversión en prevención parece tener un valor excepcional», concluye Dobson.

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