Los refugiados afganos en España piden que se les dé «una oportunidad»
Defienden que fue el Gobierno quien les trajo y piden que se acelere el proceso de asilo
Las vidas de Abdul y de Khadija tienen mucho en común. Los dos son afganos, los dos crecieron como refugiados en Irán, los dos ocuparon puestos de responsabilidad en la Administración de su país y ahora están en España a la espera de recibir asilo. Ambos forman parte de los más de 2.000 afganos que el Gobierno evacuó el pasado agosto tras la conquista talibán y lo único que piden es «una oportunidad» de contribuir al país que les ha salvado la vida.
Todo cambió para ellos el 15 de agosto, cuando los talibán se hicieron con el control de Kabul. En ese momento, Abdul Basir Shakeri era el director de Administración del Consejo de Seguridad Nacional y trabajaba dentro del Palacio Presidencial, mientras que Khadija Zahra Ahmadi trabajaba como asesora en el Ministerio del Interior.
«Era un día normal hasta que hacia las 10 todo el mundo empezó a correr», rememora Abdul en una entrevista con Europa Press. En su caso, cuenta que pudo haberse marchado en ese primer momento del país como lo hicieron muchos altos cargos, incluido el presidente, Ashraf Ghani, pero optó por quedarse porque no quería abandonar a su familia.
Khadija también recuerda con claridad esa jornada y la rapidez con la que se sucedieron los acontecimientos, con los talibán arriando en unas horas su bandera en la capital. «Por primera vez en mi vida pensé que estaba en una película de Hollywood», señala a Europa Press.
Las dos semanas que siguieron fueron muy duras, aseguran los dos. En el caso de Abdul, los talibán fueron preguntando por él a casa de sus padres, lo que le empujó a decidirse a salir del país, junto con el hecho de que quería «un futuro mejor» para su hermana, estudiante de Derecho, y para su sobrina de dos años. «Yo no disfruté de mi infancia como refugiado en Irán y no quería que ella viviera lo mismo en Afganistán», asegura.
Por su parte, Khadija ya sabía lo que era vivir amenazada tanto por su condición de mujer como por pertenecer a la minoría hazara, muy perseguida por los talibán y también ahora por la filial de Estado Islámico. Ese fue precisamente el motivo que le empujó a pedir al presidente que le apartara del cargo de alcaldesa de la localidad de Nili para el que fue elegida en 2018 con el fin de volver a Kabul. Con los talibán ahora en el poder, no podía sentirse segura.
Fue ahí donde entró el Gobierno español, que incluyó a ambos en sus listas de evacuación. En el caso de Abdul, junto a sus padres, su hermana, su hija, su marido y los padres de este, mientras que Khadija llegó con sus tres hermanas y los maridos de dos de ellas, así como los dos hijos de una, si bien posteriormente una de sus hermanas y su marido se fueron a Reino Unido.
SEGUNDA VEZ COMO REFUGIADOS
Para ambos, esta es su segunda experiencia como refugiados, ya que crecieron en Irán –Khadija incluso nació allí–. Los dos habían regresado a su país natal, en el caso de ella en contra de la voluntad de su familia, y habían conseguido forjarse un futuro pero de la noche a la mañana tuvieron que dejarlo todo atrás, algo que, según confiesa Khadija, no es fácil de digerir.
Eso es quizá lo que más le está costando asumir, que tiene ante sí «una nueva vida en otro país, con una nueva cultura y una nueva lengua», que sin embargo ya está aprendiendo y que asegura que le gusta mucho.
Ahora, los dos residen en centros de acogida, él en Madrid y ella en Zaragoza, a la espera de gestionar su solicitud de asilo. Abdul se queja de que ni siquiera cuenta con un abogado para poder realizar los trámites y conocer cuáles son sus circunstancias exactas, mientras que Khadija tiene uno, pero reconoce que aún no tiene clara su situación porque desde el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones no reciben respuestas.
Los dos están muy agradecidos e incluso a Khadija se le quiebra la voz al recordar el momento en el que, en el aeropuerto de Kabul, «los soldados españoles me dieron la mano y me sacaron de entre la multitud» y sintió que le habían salvado la vida. Pero les gustaría que las cosas fueran más rápido.
ACELERAR EL PROCESO
Khadija pide que se acelere el proceso de concesión de asilo, ya que actualmente tienen «muchas limitaciones» a falta de contar con algún documento que les acredite como refugiados, y además en estos seis primeros meses tampoco pueden trabajar ni estudiar.
«Solo ofrecen cursos de seis meses y muy básicos», se lamenta Abdul, que tras haber estudiado Negocios Internacionales quieren hacer un máster e incluso un doctorado porque desea seguir formándose para llegar aún más lejos, ya que trabajar siempre es posible, comenta.
Ambos defienden que la situación de los afganos evacuados por el Gobierno español no puede compararse a la de otros inmigrantes que llegan a España por motivos económicos. «Nosotros huimos para salvar la vida», subraya Khadija, mientras que Abdul incide en que fue el propio Gobierno el que les trajo a España y no llegaron de forma ilegal.
Además, hacen hincapié en que en su mayoría son personas altamente cualificadas, con gran experiencia y trayectoria. «El Gobierno ya sabe a quiénes trajo, no son personas sin educación, así que tienen que hacer una diferencia», subraya Abdul, una opinión que comparte Khadija, que incide en que su hermana es médico y su cuñado experto medioambiental. «Seguro que pueden aportar mucho y contribuir, pero depende del Gobierno hacerlo», afirma.
«Todo lo que tenía hasta el 15 de agosto lo logré porque alguien me dio una oportunidad», añade Abdul, que llegó a tener su propia empresa de construcción y que estuvo viviendo durante varios años en Colombia, donde estudió, gracias a que un día conoció a un colombiano que trabajaba para la ONU. Su hermano siguió sus pasos y ahora vive allí y está casado con una colombiana.
«SOLO PIDO UNA OPORTUNIDAD»
«Lo que pido es eso, una oportunidad», insiste, defendiendo que luego ya le tocará a él demostrar su valía y ganarse la confianza. Su mensaje es rotundo: «si invierten en nosotros puedo asegurar que no lo van a perder» porque si en un país como Afganistán lograron lo que lograron aquí podrán hacerlo aún mejor. También Khadija confía en poder encontrar un trabajo porque «odia» sentir que está «malgastando su vida» sin poder hacer nada.
A los dos les gustaría regresar a Afganistán, pero son conscientes de que eso podría no ocurrir en un futuro cercano. «Cuando volví hace doce años pensé que sería la última vez que sería refugiada», confiesa Khadija, que lamenta rotunda la «democracia de mierda» que ha habido en su país en los últimos 20 años y todo lo que se ha perdido con la llegada de los talibán.
«Los talibán son lo peor que le puede pasar a Afganistán», subraya Abdul, que incide en que «ellos nunca pensaron que dirigir un país es más difícil que gobernar y ahora no saben qué hacer». «Nunca pensamos que caería el país, estábamos esperando un milagro pero no ocurrió», reconoce.
En todo caso, se muestra pesimista con el futuro y cree que la paz no es posible. «Afganistán nunca fue un país, han sido siempre las tribus, hacemos las cosas por el interés de nuestra tribu, de nuestra ciudad o de nuestra familia nunca por el país y por eso estamos así», subraya. Antes, la gente decía que necesitaba paz y seguridad, añade, y ahora que hay «paz» lo que necesitan es comida, resalta.
Khadija, por su parte, pide «no olvidarse de las mujeres y las niñas y también de las minorías» en Afganistán. Aunque reconoce que España y otros países no pueden evacuar a todos los que están amenazados, apuesta por buscar otras vías para ayudarles. Así, propone por ejemplo al Ministerio de Educación que conceda becas para que las niñas y jóvenes afganas puedan venir unos años a estudiar a España mientras que «las cosas cambian», aunque tampoco se muestra muy confiada de que esto ocurra.