Iglesias, de vicepresidente de España a intentar «asaltar los cielos» de Madrid por la permanencia de su partido

Pablo Iglesias Turrión, madrileño de 42 años, ha sido una de las sorpresas de estas elecciones anticipadas a la Comunidad de Madrid de este 4 de mayo, al postularse como candidato de su partido a la Presidencia y convertir esta campaña electoral, si no lo estaba ya, en la madre de todas las batallas políticas e ideológicas entre las derechas y las izquierdas de España.

Dentro de unos días se cumple el décimo aniversario de la explosión, en plena crisis económica, del movimiento 15M, el germen de Unidas Podemos, que se presentó como un partido que quería «asaltar los cielos» al grito de los lemas indignados de «No nos representan», «Sí se puede» y «PSOE, PP, la misma mierda es».

En su corta histórica política, Podemos, comandado manu militari por Pablo Iglesias, logró representación primero en el Parlamento Europeo en 2014, cuando dio el bombazo, y luego una alta representación en el Congreso de los Diputados, en casi todos los parlamentos autonómicos y grandes municipios de todos España, entrando en los gobiernos de Madrid, Barcelona o Zaragoza en las elecciones municipales de 2015.

Después, el poder político de la formación morada y sus votos ha ido decayendo, acompasado por sus crisis internas, y la salida primera de los errejonistas y luego de los anticapitalistas. No obstante, ha forjado una férrea alianza con la Izquierda Unida de Alberto Garzón. Y pese a que su poder ha disminuido logró a finales de 2019, tras precipitar unas nuevas elecciones generales, torcer el «sueño» a Pedro Sánchez y entrar en el Gobierno de España, el primer gobierno de coalición desde hace 80 años.

Así, Iglesias había logrado su objetivo, más bien por perseverancia que por asalto. Lloró cuando fue nombrado vicepresidente segundo y ministro de Derechos Sociales y Agenda 2030, y también colocó en el Gobierno a personas de su entera confianza como Yolanda Díaz, Irene Montero o Alberto Garzón; pero siguió batallado contra el PSOE en temas económicos y sociales «para conseguir que materialicen políticas de izquierdas».

Entonces llegó la pandemia y como ministro de lo Social, Iglesias tuvo que coordinarse con las comunidades autónomas para intentar paliar la desgracia que padecieron las residencias de mayores en la primera ola, siendo Madrid la región más afectada. Una gestión nacional y regional que aún genera mucha polémica y discusión. La última, en la campaña, en el debate Telemadrid , donde los candidatos de Unidas Podemos y PP se reprocharon los miles de ancianos fallecidos y quién hizo más por unos centros que no tenían ni mascarillas.

Aunque la situación del Covid en los geriátricos se encuentra «controlada», según la Comunidad de Madrid, la pandemia ha continuado llenando de pacientes los hospitales y de muertos los cementerios, con una segunda y tercera ola muy fuertes. La crisis no unió a los dos socios del Gobierno madrileño: PP y Ciudadanos. Todo lo contrario. Por ello, ante el envido de la formación naranja en forma de moción de censura con el PSOE frente al PP murciano, del que participaba, Isabel Díaz Ayuso convocó elecciones ese mismo día de marzo.

En ese momento, Unidas Podemos en la Comunidad de Madrid tenía una portavoz parlamentaria en la Asamblea, Isa Serra, que había sido condenada un año antes a 19 meses de prisión e inhabilitación para ejercer cargos públicos durante ese tiempo por un delito de atentado contra agentes de la Policía durante una manifestación contra un desahucio en Lavapiés de una persona con discapacidad. Una sentencia recurrida pero que temen que se confirme.

Ante esta situación, en el partido morado se veía arriesgado que Serra se volviera a presentar como cabeza de lista, teniendo en cuenta además que las pasadas elecciones Unidas Podemos sobrepasó por los pelos la barrera del 5% para entrar en el Parlamento regional, con algunas encuestas que auguraban que quizá en esta ocasión no entrara un partido que precisamente nació en Madrid, en una librería y un teatro de Lavapiés y en las aulas de la Facultad de Políticas de la Universidad Complutense.

Eso, sumado a la trascendencia nacional que tanto medios como políticos estaban dando a los comicios madrileños y a la posibilidad real de que Vox entrara por primera vez en un Gobierno hizo que Pablo Iglesias tomara la decisión dejar la Vicepresidencia tras solo 14 años en el poder. Y, adelantó el que iba a ser su plan futuro, según él mismo ha revelado, colocar a la ministra de Trabajo como vicepresidenta, cara visible de Unidas Podemos en el Gobierno y futurible cabeza electoral del partido en las próximas elecciones generales.

De hecho, durante la campaña electoral todos han sido elogios a sus ministros por su trabajo y su «firmeza» para que el PSOE «cumpla con los compromisos firmados», destacando especialmente a Díaz –que ha arropado a Iglesias en muchos mítines esta campaña– encumbrándola como «la mejor ministra de Trabajo» de la democracia, capaz de llegar a pactos con todo el mundo y arrogándose haber puesto en marcha el mecanismo de los ERTE durante la pandema.

De esta manera, Iglesias cede así parte del hiperliderazgo de su partido y ha prometido que en el próximo congreso de la formación, en 2023, dejará de ser secretario general de Podemos. También se ha comprometido a permanecer «donde le coloquen los ciudadanos», es decir, a quedarse en la Asamblea hasta ese mismo año aunque no toquen poder. Luego, también ha avanzado, le gustaría volver a dar clases y «al periodismo combativo», aunque para eso «todavía queda tiempo».

LA RECONVERGENCIA CON EL ERREJONISMO, UNA ESPINITA CLAVADA

Al todavía líder de Podemos le ha quedado una espinita clavada esta campaña, la de converger de nuevo con su escisión errejonista en una región que es en la que precisamente tiene más fuerza. Justo después de anunciar su candidatura madrileña ofreció a Más Madrid presentarse juntos a los comicios 4M, pero la candidatura encabezada por Mónica García rehusó hacerlo.

No obstante, no ha lanzado ninguna crítica contra ellos durante la campaña y solo alguna contra el PSOE, sobre todo a cuenta de su propuesta de mantener la misma política fiscal que Ayuso en dos años. Eso sí, Iglesias ha reconocido en varios momentos que no iba a meterse con los otros partidos de izquierdas porque «la experiencia le ha demostrado que eso desmoviliza».

Pese a que casi todas las encuestas dan ganador al bloque derechista y relegan a Unidas Podemos al último puesto, entre el 7% y el 9% de los votos, el exvicepresidente del Gobierno destacó que pese a todas las presiones «sí se pudo» entrar en el Ejecutivo central y en el de muchas comunidades y ayuntamientos y que «si habla la mayoría» podrán entrar en el de Madrid. Se aferran así a las estadísticas de que en los barrios y ciudades más humildes votan menos que en los más privilegiados.

Iglesias, que dio sus primeros pasos en la política en la Unión de Juventudes Comunistas de España (UJCE) y luego trabajó para Izquierda Unida, quiere dar una nueva sorpresa el 4 de mayo. Sus adversarios esperan que sea el principio del fin de su vida política. Las urnas le despejarán alguna duda.

De todas formas, pocos creen que el ahora vecino de Galapagar deje la política del todo y ven con este movimiento como una estrategia para la supervivencia del partido con una vicepresidenta que tiene un tono mucho más amable y genera muchas menos antipatías que él. Aunque asegura que ser padre de tres niños le ha hecho mejor persona, conoce sus defectos, entre ellos el de la continua estrategia política al estilo de las series de televisión que tanto le gustan.

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