MSF alerta de los problemas de salud mental entre los rohingyas, que llevan «una mochila bastante grande»

Los retos persisten en los campos de refugiados de Bangladesh, donde se hacen necesarias «soluciones más duraderas»

Los picos mediáticos que ha generado la llegada de cientos de miles de refugiados rohingya a Bangladesh han dado paso a una fase de postemergencia en la que la atención psicológica surge como una de las principales necesidades. Médicos Sin Fronteras (MSF) ha advertido de que estas personas arrastran «una mochila bastante grande».

Casi un millón de refugiados esperan a que su futuro se resuelva en territorio bangladeshí. Más de 700.000 de ellos huyeron de la ola represiva que lanzaron las fuerzas birmanas en agosto de 2017 en el norte del estado de Rajine y, aunque el flujo masivo ha pasado –han llegado 13.000 personas desde enero–, las necesidades persisten.

María Simón, que ha trabajado como coordinadora de emergencias de MSF en Bangladesh, ha explicado que ahora se da una «fase de postemergencia», con un «gota a gota» que no cesa desde Birmania y unos campos masivos donde las condiciones «siguen siendo igual de malas». La población, ha añadido en una entrevista a Europa Press, «está totalmente expuesta y vulnerable».

MSF trabaja en cuatro hospitales y nueve centros de salud y atiende principalmente infecciones respiratorias, diarreas y enfermedades de la piel, todas ellas «directamente relacionadas con las condiciones de higiene de los campos». La vida, entretanto, también se abre paso y según el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) nacen unos 60 bebés al día.

Simón ha explicado que los campos fueron considerados en su día «un bomba de relojería», un mar de plástico y bambú que suponía el caldo de cultivo perfecto para el surgimiento de «emergencias dentro de la emergencia», como puede ser por ejemplo un brote de cólera. Tres rondas de vacunación han permitido contener esta enfermedad, pero no así otras fácilmente prevenibles.

La comunidad médica ha confirmado diagnósticos de sarampión y difteria y, en el caso de esta última enfermedad, miles de personas la contrajeron a finales de 2017. Como ha reconocido Simón, la difteria «sorprendió a todos», en la medida en que es una enfermedad básica dentro de las medidas rutinarias de vacunación, lo que evidencia también la precaria o nula asistencia médica a los rohignya en Birmania.

EL PESO DE LA INCERTIDUMBRE

Una de las «prioridades» actuales pasa también por mejorar la asistencia psicológica de una población que ha estado sometida a una fuerte presión antes, durante y después de su viaje. Así, al nivel de violencia sufrida antes del éxodo se ha sumado un desplazamiento «largo y peligroso» y un día A día «estresante y complicado» en los campos.

«La incertidumbre de qué va a pasar con su futuro» añade un peso adicional a «una mochila bastante grande», ha explicado Simón, que ha confirmado la atención de personas con pesadillas recurrentes, ataques de pánico, flashbacks , ansiedad e incluso casoS de depresión y estrés postraumático.

La responsable de MSF ha advertido de que este cuadro de síntomas no afecta solo a mujeres y niños –que representan el 80 por ciento de la población refugiada–, sino también a los hombres, que han pasado de ser cabezas de familia y de cubrir «mal que bien» las necesidades básicas de su hogar a verse en un contexto en el que no tienen ni libertad de movimiento ni margen para buscar trabajo.

«SOLUCIONES MÁS DURADERAS»

El plan de emergencia elaborado por la ONU para cubrir este año las necesidades humanitarias de los refugiados rohingyas solo está cubierto en una tercera parte, pero Simón ha recalcado que es momento de avanzar hacia «soluciones más duraderas», ya que previsiblemente se trata de un desplazamiento que «va a durar mucho tiempo».

Los compromisos suscritos por las autoridades birmanas con Naciones Unidas para agilizar un retorno seguro no se han traducido en medidas prácticas y, hoy por hoy, las perspectivas son nulas. Simón ha recordado que «toda repatriación tiene que ser voluntaria, digna y segura» y que «ninguna de estas condiciones se está aplicando», como lo demuestran los testimonios de los refugiados que siguen llegando a Bangladesh.

Los rohingyas, sin embargo, «no han perdido la esperanza», en la medida en que siguen queriendo volver y «ser reconocidos como ciudadanos» en un país que LOS considera apátridas. También en caso de retorno la atención psicológica es necesaria, ya que, como ha apuntado Simón, tienen que estar preparados para «empezar de cero» y no encontrar el pueblo de donde vinieron, bien por la acción de militares birmanos o por los efectos del monzón.

Poco se sabe, en cualquier caso, de cuál es la verdadera situación en Rajine, un territorio vetado a los ojos internacionales por decisión del Gobierno birmano. MSF fue expulsado de la zona meses antes de que arrancase la violencia de agosto de 2017 y, como otras organizaciones, ha reclamado sin éxito en reiteradas ocasiones nuevos permisos de acceso.

Simón ha explicado que el escenario sigue siendo «muy incierto», si bien ha recordado que una encuesta retrospectiva llevada a cabo el año pasado por MSF cifró en al menos 7.600 las víctimas mortales de la represión de las fuerzas birmanas, a partir de lo que han contado ya en Bangladesh testigos de la barbarie. Un reciente informe de la ONU denunció una «intención genocida» por parte de las Fuerzas Armadas.

DESAFÍOS

La temporada de monzón que empezó en mayo causó estragos a ambos lados de la frontera y ahora la comunidad humanitaria mira de nuevo al cielo con el arranque de la etapa de ciclones. En palabras de Simón, la que comienza «es una época realmente vulnerable», habida cuenta de que cualquier temporal puede destruir casas, provocar corrimientos de tierra o desbordar letrinas.

Para MSF, otro de los desafíos a corto plazo es la congestión y la falta de espacio en los campos de refugiados, dado que en algunas zonas no hay un mínimo margen para colocar otra casa o más letrinas. También es mejorable el acceso a la salud porque, aunque hay estructuras sanitarias, no todas son «fácilmente accesibles».

En relación a la situación de seguridad, Simón ha señalado que hay «un campo de día y un campo de noche». Estos enclaves presentan una iluminación deficiente y las viviendas carecen de llave, lo que añade nuevos riesgos especialmente para las mujeres, que renuncian en muchos de los casos a ir a las letrinas por las noches para reducir riesgos.

MSF ha atendido desde que empezó la emergencia a más de medio millar de mujeres por violencia sexual, pero Simón ha apuntado que esto solo es «la punta del iceberg». El desconocimiento de las estructuras de salud y de las consecuencias que conlleva no ser tratada en un plazo de 72 horas o, especialmente, el «estigma» social deriva en silencio.

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